Dice de sí misma que dedica su tiempo a desarrollar estrategias y métodos para alimentar y entrenar lo más importante de nuestro cuerpo y mente. Nació en León pero de niña se trasladó con su familia a México, donde vivió hasta los 18 años, edad a la que regresó a España para estudiar Ingeniería Industrial en Madrid.
Al finalizar su carrera, como “buena estudiante que había sido”, encontró su primer trabajo en Airbus, donde soñaba con aplicar organización industrial al trabajo de fábrica. Después de un año, los procesos de la cadena de montaje se volvieron repetitivos y buscó nuevos horizontes. Los encontró en la consultoría de energías renovables, en una pequeña empresa recién creada por un antiguo profesor. De la gran corporación multinacional pasó al negocio incipiente -poco equipo; todos haciendo de todo; experimentando las diferentes etapas desde el nacimiento a la consolidación-. Fueron cinco años intensos, que terminaron de cimentar el espíritu emprendedor heredado de su padre. Pero Sandra quería seguir aprendiendo.
Tras estudiar un master en desarrollo sostenible y cambio climático, trabajó seis años en una consultora que apoyaba a empresas y ayuntamientos en sus análisis de emisiones y huella de carbono, desarrollando planes de acción en un entorno internacional y viajando a todas horas.
Cuando una de sus hermanas -educadora- que vivía en León le comentó que le ofrecían el traspaso una empresa, Sandra y su marido -que entonces trabajaba en banca privada- ya estaban pensando en emprender proyectos propios: saturación de Madrid, muchos viajes de trabajo, casi sin verse…
Así, en 2014 aterrizaron en León y dieron un nuevo impulso a Abacus Innova, una empresa que desarrolla métodos de estimulación cognitiva a través del uso del ábaco japonés y la robótica educativa, para «potenciar y desarrollar en los niños la concentración, la creatividad, el amor por la ciencia, todo de forma práctica».
Sandra siempre había estado interesada en la parte didáctica de su profesión, y coger las riendas de Abacus Innova le permitió poner en práctica sus ideas de “enseñar resolviendo problemas reales, gracias a experiencias”. Con la empresa consolidada “gracias a un equipo estupendo que hemos ido creando con los años” la pandemia ha obligado a Sandra a seguir aprendiendo y hacer evolucionar su negocio, que ahora ofrece sus actividades para niños online, y ha incluido dos nuevos métodos: Accelium (plataforma digital con juegos estrategia basados en la filosofía del ajedrez para entrenar el cerebro en la toma de decisiones) y Algorithmics (escuela de programación internacional para niños a partir de 8 años). Su lema es “ofrecer a los niños y jóvenes herramientas necesarias e imprescindibles que les sirvan para los retos reales del futuro”.
También en 2014 y también por casualidad, se convirtieron en socios y gestores del restaurante La Mary y desde entonces han iniciado otros dos nuevos negocios: restaurante MIU Japonés e Inmobiliaria Burgo Nuevo.
Tras unos primeros años de dedicación absoluta a los negocios, su participación en la Asociación de Jóvenes Empresarios de León (AJE) desde 2018 le ha abierto las puertas a sinergias y colaboraciones con otros emprendedores con intereses comunes, y le ha servido para conocer mejor la ciudad y sus dinámicas. En noviembre de 2019 recogió el galardón de Joven Empresaria del año.
Cree que esto de emprender tiene algo de “adictivo”, y a pesar de todas las incertidumbres, está convencida de que León es un buen lugar para vivir y trabajar, que “te permite innovar siempre”.
Entiende la calidad del servicio como “la clave” de cualquier negocio, imprescindible para sobrevivir pues “la exigencia de los clientes aquí es enorme”. Sus equipos (tanto en el sector educativo como en hostelería) reciben formación en inteligencia emocional, atención al cliente… “Hay que dar valor al trabajo en educación y hostelería”.
Sandra afirma que no delimita vida personal y vida profesional, porque ahora los negocios son su vida. Pero aquí en León tiene tiempo de sobra para hacer muchas cosas al día, alternar momentos de desconexión con la concentración máxima que requiere alguna llamada o reunión. Disfruta el poder comer todos los días con su marido, viajar con su familia sin necesidad de mucha planificación, tomar un café con sus padres (ya jubilados de sus negocios), recoger a sus sobrinos del colegio, etc. Esa “espontaneidad” de la vida personal era impensable en Madrid y le hace ser consciente del valor de su tiempo.